domingo, 19 de mayo de 2013

TIERRA BALDÍA

Construíamos inmensas pirámides en el desierto,
pero odiabamos a los egipcios,
porque alguien nos había convencido
de que querían anexionarnos.
No mos fareu egipcis!

Luego permitimos a un fanático perturbado,
disfrazado de Gandhi o de Hitler,
que nos metiera en la cruzada de Indiana Jones,
para olvidar que somos de segunda.

Y aunque vivíamos en una celda custodiada
por una gigantesca langosta mutante,
nos comíamos a las langostas pequeñas
que vivían con nosotros en la caja.
Y nos sentíamos maravillosamente nuevos ricos.

Nos tragamos lo de que el AVE
llegaría a NY algún día,
mediante túnel que atravesaría los océanos y el ultramundo;
y a pesar de que los parásitos trajeron
a un montón de inmigrantes
para que nuestros salarios bajaran y nos enfadáramos con ellos
(y no con los parásitos),
nunca se nos ocurrió buscar otra élite
que al menos invirtiera y construyera fábricas
en vez de dedicarse tan sólo a especular.

Por eso, cuando luego empezaron a gritar:
"¡Hay que meter el sexo en la batidora!",
todo el mundo obedeció sin quejarse
y nadie pareció molestarse especialmente.
Era culpa de los moros,
y además los mercados así lo exigían.

Habiendo ya secado todos nuestros ríos,
como queríamos seguir especulando,
exigimos a los egipcios que nos dieran el Nilo,
y cuando se negaron,
nos enfadamos todavía más,
pero seguíamos tragando y no tenemos límite.
Nos creíamos especiales,
y pensábamos que el Papa nazi nos quería,
sólo porque nos dejó sobornarle una vez.
Luego un tipo calvo y feo nos lo robó todo.
Pero finalmente nosotros mismos le absolvimos.

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