domingo, 12 de mayo de 2013

LA DERROTA DE GRECIA

Para encontrar la risa cristalina y blanca de un bebe negro,
al caminar entre pueriles viñedos de basura neoclásica;
descalzo entre los vidrios que conmemoran la humillación de Grecia
derrotada por un ejército de prometeos robóticos;
en la mirada láser de la Medusa que finalmente se fulminó a sí misma
al fondo de la actividad sublime de reñir con el sol bajo el mar teñido de sangre beige y

  cabellos verdes,
no quiero acabar como ilota español adicto a lamer la suela del zapato que le pisa,
o como estatua incorporada al paisaje cubista estéril
en el cementerio de residuos nucleares de una rancia y olvidada prefectura japonesa;
pues como Ícaro deseo volar,
pero con precisión nipona, a fin de que yo,
el cual sólo intenta sobrevivir en túneles infernales vendiendo la droga de rancio oráculo parcial tipo Matrix
así como la sangre que arrancas de mi piel con tus uñas
y luego me das a beber cada noche en la copa rosada de tu vagina;
dependiendo de que la distopía sólo sea como imaginación de yonki,
sin inyectarse continuamente en las venas pis eléctrico amarillo, caliente y amargo;
en el país de las sirenas de pechos blancos, pequeños y redondos, como flanes de leche de  

  soja
que caminan desnudas por los vagones de metro bajo gabardinas de alta costura negroide;
yo, sumergido en la anemia de los rascainfiernos,
y de los ríos de electricidad indomable cuya razón y consecuencia inevitable es el Golem,
te digo:
no existe residuo nuclear en el fondo de la negra cueva, donde Ulises se refugia,
de tus ojos, escondida en afable colina
y al final hay una puerta enigmática que conduce
a todas las islas griegas
a todas las noruegas vírgenes y a las alemanias perdidas en el Exilio.

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