jueves, 16 de mayo de 2013

OSAKA

Olvidad los inestables lineamientos del Partido,
y ya ni hablo de los "manifiestos", ni de la Utopia, ni siquiera de las ordenanzas del sentido 

  común;
para ordeñar los senos rellenos de ácido de un monstruo herido,
sin riesgo para la tradición nostálgica de las preciosas mamas japonesas,
tenemos reglas matemáticas, y la ciencias probabilísticas,
que nos permitirán convertir un vertedero de chatarra
en una ciudad perfectamente habitable;
bloques dejados caer a boleo por un dios melenundo hasta los ojos de hachís,
como hormigas haciendo negocios en un laberinto de túneles horteras
llenos de pósters que muestran preciosos paisajes suizos e italianos;
bienvenidos por fin, a la ciudad más fea del mundo.

Lejos de la estrella de la muerte, donde el Emperador con su sonrisa macabra,
y su casta de uniformados que matan de aburrimiento
han pactado permanecer eternamente
refugiados en su siniestro castillo de Nosferatu,
la ciudad donde los pordioseros dirigen el tráfico con sables láser
duerme por la noche como si fuera la Ciudad de los Muertos del Cairo,
colonias donde los yonquis del capitalismo samurai se pudren,
entre chatarra o en los parques de la pelicula Robocop,
igual de asquerosa que Detroit, pero sin apenas violencia,
en los ojos casi siempre recién apagados
de un troglodita de exquisitos modales.

Imagino los cazas Ala-X de la Guerra de las Galaxias
volando una noche, casi a ras de suelo, por el "bulevar" Midousuji,
intentando clavar mortífero venablo láser
en el corazón gastronómico del Imperio,
para que luego los japoneses, como siempre en la historia, como todo a cien, todo a cien lo  
  reconstruyan:
jardines de vidrio y castillos en el cielo, pachinkos envueltos en papel de plata, hoteles de
  lujuriosa cuberteria,
supermercados-casino con forma de cangrejo, pizzerias dentro de kebabs gigantes,
tartas que en realidad son un estadio de béisbol, lámparas de takoyaki;
para comer hasta morir, beber hasta dormir sobre la cálida nieve.


Mientras el oráculo canibal
juega como siempre al mahjong con la vida del Hoplita,
el jardinero del templo peina con mimo la gravilla de un jardín abstracto
en el que la lejana montaña existe, desde tiempos inmemoriales,
con el único propósito de que su reflejo se contemple,
en el estanque con carpas del centro del jardín;
y aunque carezcamos de politica exterior soberana,
y aunque en nuestra vieja Trántor no se vea el cielo
y aunque vayamos siempre rápido, mas sin tener nunca ni idea de adónde vamos,
podemos fabricar la bomba atómica cuando nos dé la gana,
cuando mi hijo lo diga, cuando el electorado suizo así lo dictamine,
o cuando le den el Nobel de literatura a AKB-48.

Para que la vida continúe en el metro de Osaka,
incluso después de que el universo haya sido abolido.

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