lunes, 13 de mayo de 2013

EL PUEBLO NEGRO

Soy el Pueblo Negro
de los túneles subterráneos de óxido,
de las playas electrificadas y cubiertas de cemento,
de los trenes sin destino que conduce desnuda la muerte;
soy el que duerme sobre ciénaga de sangre,
para que con nuestro sudor el emperador del cielo
-o la reina de Inglaterra o el viceprimer ministro saliente-
embadurne las cloacas de su palacio
y se emborrache hasta explotar de divinidad, como Akira,
sin que Satán o Stalin proyecten sobre la humanidad
su fétida amenaza cual pavoroso tsunami.

En el pesado cáliz al rojo vivo de mi vida de muerto,

obligado a beber hostil de la derrota
de no poder ofender nuestros ojos
impuros a las sagradas formas no terrenas,
como diamantes negros en neceser de seda floja,
embriagadas nuestras hijas en la misma ambición ridícula,
mientras los jefes del clan ahogan entre sus piernas,
su demasiado soez delirio humano,
para ser sepultados bajo siglos de Terror,
en nuestro cuento hecho realidad más horrible que Drácula.
 
Al tiempo que limpiamos Fukushima con la lengua,
escribimos haikus orgánicos
de incesto huero y plomo rojo
sobre la tierra podrida usando nuestros propios puños,
esencia capital en la capital del capitalismo,
pues se nos ha prohibido incluso abrir la boca
bajo amenaza de ser colgados por terroristas,
y siempre con la ambición de escapar de este mundo,
como Mad Max 3, chapoteando en hez de cerdo,

a dos mil años luz de su casa.

Igual que un egipcio devorado
por su propia esclava necrófila,
a veces he jugado al fútbol con vuestras cabezas
para probarme a mí mismo que ambos
somos exactamente igual de miserables:
yo con mi ambición de perro abandonado;
y tú cargando tu quimera sobre la mía;
por eso cuatro veces te maldigo (sí, y el cuatro, sí es nuestro número)
si la lengua no me hubieras cortado,
si la muerte no se abstuviera,
de esparcir tus vísceras por esta tierra negra.

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